Nita y Olga, las Carmona que hicieron añicos el techo de cristal con el balón
Un siglo de diferencia separa a la pionera malagueña, que se vistió de hombre y se cortó el pelo para ser futbolista, de la sevillana, autora del gol que llevó a la Selección Española Femenina de Fútbol a conquistar su primer Mundial.
Jesús Ortiz García
@JesusOrtizDXT
22 de agosto de 2023, 12:00
La furia crepitó en su garganta como una erupción volcánica cuando sus 2 zurdazos, uno en las semifinales ante Suecia y el otro en la final contra Inglaterra, encumbraban en la cima al fútbol femenino español. Los 2 goles de Olga Carmona García (Sevilla, 2000) ponían una pica en tierra grande para conquistar un Mundial con aroma a reivindicación. España levantó un título histórico en Sídney (Australia) que sirve también para cauterizar las numerosas heridas de todas esas generaciones de futbolistas que cayeron en el hangar del olvido, que sufrieron el machismo y el desprecio de la sociedad, que tuvieron que reinventarse y luchar por disfrutar de su pasión.
Las 23 jugadoras de ‘La Roja’ son ya eternas y continúan el legado que empezaron a cultivar pioneras como Ana Carmona Ruiz Nita (Málaga, 1908), la primera que, sin saberlo, hizo añicos el techo de cristal con un balón, la mujer que se disfrazaba de hombre para jugar al fútbol. Nacida en el barrio malagueño de Capuchinos, a orillas del mar Mediterráneo prendió su amor por el fútbol. Su padre trabajaba como estibador en el puerto de Málaga y cuando acompañaba a su madre a llevarle la comida, la pequeña quedaba embelesada al ver a los marineros ingleses golpear un reluciente esférico de cuero. Su curiosidad y osadía le llevó a probar aquel juego, llevándose en muchas ocasiones la reprimenda de su progenitor.
Pese a los clichés, aquella niña no renunció a su sueño y creció bajo el embrujo del balón, con el que desafió a una sociedad intolerante y retrógrada. A pocos metros de su casa correteaba detrás de la pelota en una explanada cercana al cuartel de Artillería. Allí encontró la oportunidad de vivir el fútbol al amparo de su gran valedor, el padre Francisco Míguez Fernández, quien en 1925 construyó con ayuda de los estudiantes, con picos y palas -incluso hubo que emplear dinamita porque aparecieron rocas debajo de la tierra-, el campo de las Escuelas Salesianas, que más tarde pasó a ser Segalerva, santuario deportivo de la ciudad.
El sacerdote fundó el Sporting Club de Málaga y Nita quedó vinculada al equipo desde muy joven, primero colaborando con el masajista, Juanito Marteache, y también echando una mano en preparar la equipación que su abuela Ana, su mayor cómplice, lavaba y zurcía. A hurtadillas, la malagueña aprovechaba cuando no había nadie en el campo para tirar a portería o contra la pared. «Cuando faltaba gente la dejaban entrenar y al ver que la chica jugaba mejor que muchos hombres, la invitaron a participar en los partidos. Para no ser reconocida se recogía el pelo con un gorro y como en aquella época se llevaba la ropa muy holgada, con los calzones hasta las rodillas y las medias muy altas, pasaba por un chavea», relata Jesús Hurtado, el periodista malagueño que sacó a la luz su historia tras años escarbando en hemerotecas y preguntando a los mayores, cuando se documentaba para su libro ‘75 años de fútbol en Vélez’.
Su calidad no pasó desapercibida y despertó la envidia de rivales y de sus propios compañeros a los que les quitaba el puesto, que acabaron delatándola. Que una joven jugase al fútbol era un acto de subversión en aquella época y, tras las denuncias, la jugadora recibió castigos por alteración del orden público. «Llegaron a detenerla en comisaría, aunque como era menor de edad la solían soltar con la ayuda del padre Míguez», detalla Hurtado. También recibió la ira de aficionados misóginos que incluso le tiraban piedras y le daban patadas cuando descubrían su identidad. En una ocasión, le rompieron la nariz.
A petición de la Federación Sur y la Junta Local de Árbitros, algunos guardias urbanos controlaban la entrada en Segalerva para evitar que Nita saliese a jugar. En su familia tampoco encontró refugio. Que una joven llegase con arañazos, hematomas y sudada no estaba bien visto, por lo que sus padres la castigaban sin salir. Y a ello se le unió que su tío era médico y desaconsejaba que las mujeres practicasen deporte porque era perjudicial para la salud. Ante su negativa de olvidarse del fútbol, fue desterrada y enviada a casa de unos parientes en Vélez-Málaga.
El desaliento cundió de nuevo, la montaña se hizo inexpugnable, pero no arrojó la toalla, no estaba dispuesta a aceptar que aquella carrera colmada de obstáculos quedase en un simple grano de arena. A caballo entre la valentía y el orgullo herido, liberó los corsés de miedos, no iba a renunciar a su pasión. Se las ingenió para seguir jugando al fútbol, durante tres años más, esta vez enrolada en el club de la capital de La Axarquía. Eso sí, cubierta por un velo de secretismo, con dos identidades para no levantar sospechas. Entraba al vestuario como limpiadora y salía al campo convertida en lo que quería ser: futbolista.
Para pasar desapercibida, llevó el pelo corto, se colocaba unas vendas de algodón en el pecho y se enfundaba una camiseta holgada para esconder su fisonomía femenina. Y para que no fuese delatada, sus compañeros decidieron ponerle el apodo de ‘Veleta’. Mujer en la calle y hombre en el terreno de juego, aceptó las normas y a la vez las burló. En 1940, con apenas 32 años, falleció por fiebre exantemática, la conocida como ‘el piojo verde’, una epidemia que asoló Málaga después de la Guerra Civil. Fue enterrada en el cementerio de San Rafael, con la camiseta del Sporting Club Málaga, que era su segunda piel. Con su desaparición se llevó su secreto guardado por sus compañeros durante décadas, hasta que Jesús Hurtado desempolvó del olvido su historia, la de Nita Carmona, una revolucionaria, la primera mujer que rompía una barrera en el fútbol y que luchó con denuedo con una pelota cosida a sus pies.
Un siglo después, casualidades del destino, el gol más importante del fútbol femenino español lo ha marcado otra jugadora apellidada Carmona, Olga, sevillana de 23 años, cuyo nombre resonó en los hogares del país. El sueño cumplido de una niña que se rebeló a su destino y que gracias a su tesón convenció a sus padres para cambiar los tacones de flamenco y faldas de volante, por botas de taco y balón para seguir los pasos de sus hermanos Fran y Tomás. Su madre pensó que los niños podían no aceptar a su hija en un deporte como el fútbol. Pero la pequeña lo único que quería era darle patadas a la pelota.
Empezó jugando en la Agrupación Deportiva Polideportivo Sevilla Este, aunque pronto el Sevilla FC la reclutó. En la ciudad deportiva hispalense se forjó una futbolista pequeña de estatura, pero gigantesca de ingenio y astucia. Antes de cumplir la mayoría de edad llegó a la máxima categoría y también a la selección española, siendo campeona de Europa Sub-19. Aquello le sirvió de trampolín hacia lo más alto, ya que el Real Madrid, recién volcado en el fútbol femenino, apostó por ella.
En Sídney (Australia) se ha convertido en una protagonista inesperada, en la heroína de ‘La Roja’ con sus 2 decisivos goles frente a Suecia e Inglaterra, que convirtieron a España en campeona del mundo y que quedarán para siempre grabados en la retina de los aficionados. Las chicas han bordado en su escudo su primera estrella. Olga, al igual que sus 22 compañeras, son leyendas y también ejemplos para esas niñas que comparten su mismo sueño.
Y lideran a generaciones de mujeres clandestinas y olvidadas, como Nita Carmona y muchas otras más, que labraron el camino de las generaciones venideras. Generaciones que, ahora sí, no tendrán que ocultar su género para poder pisar un césped y hacer magia con el balón en los pies, ya que en sus retinas habrá referentes como ellas, sin vendas, ni engaños… que ocupan las portadas de los periódicos porque han llegado a la cima del mundo con esfuerzo, talento y muchísimo trabajo.