Carlos Molina narra su odisea durante la salida de Ucrania tras el estallido de la guerra

El jugador cordobés de balonmano, igual que millones de refugiados tuvo huir del país en el que estaba trabajando en unas condiciones que nunca se hubiera imaginado.

Avance Deportivo

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@deportivoavance
29 de marzo de 2022, 0:00

 

La invasión de Ucrania por parte de Rusia es un tema que está sobre la mesa. Todo el mundo habla de ello, pero solo los que realmente lo han vivido saben lo duro que está siendo. Y uno de los que lo ha vivido en primera persona es Carlos Molina, jugador español de balonmano que militaba en el Motor Zaporozhye ucraniano cuando estalló todo hace justo un mes.

“Durante un mes los medios de comunicación estuvieron avisando de que podía haber un inminente ataque de Rusia, pero en pleno siglo XXI a nadie se le pasa por la cabeza que va a suceder esto”, explica a Alejandro Blanco, presidente del Comité Olímpico Español, durante la entrevista realizada para la sección de YouTube del COE “Un Café Con Alejandro”.

Nacido en Barcelona, pero afincado en Córdoba desde bien pequeñito, Carlos comenzó a jugar al balonmano cuando tenía doce años. “Jugaba al fútbol sala, pero tuve una horrible lesión de tibia y peroné que me obligó a parar. De pronto empecé a crecer y crecer y ya el manejo del balón con los pies no era el mismo. Y personas que dieron y siguen dando la vida por el balonmano en Córdoba como son José Urbano y Antonio Reyes me acabaron convenciendo para que jugara al balonmano”, relata.

Llegó a la ciudad ucraniana en 2020 tras haber pasado en su carrera por el Córdoba Balonmano, el F.C. Barcelona, el Balonmano Aragón, el Club Balonmano Huesca, el Naturhouse La Rioja, el SC Magdeburg y el Benfica.

«Estuvimos a punto de decirle al presidente que nos quedábamos en Polonia después del partido»

En el Motor Zaporozhye disputaba la Champions League. De hecho, días antes de que comenzara la invasión, se encontraban compitiendo fuera de Ucrania. “Estuvimos a punto de decirle al presidente que nos quedábamos en Polonia después del partido. Él era una persona importante, conocedor de las altas esferas, y nos dijo que la situación era difícil, pero no crítica. Y lógicamente, le hicimos caso”, cuenta antes de añadir: “Cuando aterrizamos lo primero fue la evacuación del aeropuerto y lo siguiente fueron los diferentes bombardeos en Kiev y ver sobrevolar los aviones de combate sobre nuestra cabeza. En ese momento supimos que la realidad había dado un giro inesperado de todo lo que pensábamos”.

“Sentimos los bombardeos, los cazas y esa madrugada marchamos a Zaporozhye. Una vez allí, me levanta el ruido de mi vecina llamando a la puerta: “Carlos, Carlos, por favor, baja al sótano del edificio, estamos ahí todos, solo faltas tú. Va a haber un ataque aéreo y va a reventar todo”. Y por supuesto bajo”, narra ligeramente emocionado.

Ese momento supuso un antes y un después para Carlos Molina. Tras ese ataque decide llamar a su compañero lituano Aidenas Malasinskas. “Tenemos que salir ya de aquí. Esto no hay quien lo remedie”, le dice. Y ahí comienza su periplo hacia la frontera.

“Cogemos dos coches. Yo en uno como coche de apoyo y en el otro por delante dos de mis compañeros. El punto crítico fue cuando llegamos al kilómetro 22. Ahí pasamos noche, no avanzábamos, estuvimos un día entero y recorrimos solo 500 metros”, explica conmovido al recordar esos duros momentos. “Ahí lo pasamos realmente mal. Al día siguiente pensamos que esos 22 kilómetros íbamos a tardar en recorrerlos 15 o 20 días, por lo que nos vimos en la tesitura de ceder nuestros coches como llave de paso y avanzar escoltados hasta el kilómetro 5”, continúa.

“Dando nuestros coches, sobornando a los guardias conseguimos avanzar porque cuando les contamos la situación no nos daban paso. Pero una vez que les dimos los coches nos escoltaron, abriéndonos paso por los diez blocks points que nos quedaban y situándonos en el kilómetro 5. A partir de ahí ya no había blocks points ni guardias. Ya no había preferencias de niños y mujeres por la Ley Marcial. A partir de ahí nos sentimos más libres”, comenta.

«Ese viaje me hizo nacer de nuevo y ver todo con perspectiva diferente»

Sin embargo, lejos de sentirse feliz por lograr abandonar el país a Carlos y sus compañeros les invadía el sentimiento de culpa. “A veces pienso que hemos actuado mal. Me siento afortunado por haber dejado un coche, pero me siento mal porque debería haber esperado esa cola. Siento que soy cruel, porque es cierto que me estoy salvando a mí, pero no estoy respetando a la gente que está esperando la cola”, reconoce.

Desde que contó su historia en redes sociales, la gente le vio como un héroe, pero él tiene claro que no lo es. “Los héroes son mis compañeros que se han quedado ahí a cuidar de su familia. La gente que se queda en casa para proteger su pueblo, esas madres que se despiden de sus hijos en la frontera o que se quedan cuidando de sus propios padres, ellos son los verdaderos héroes” afirma.

Una vez en Polonia, voló desde Cracovia a Barcelona. Y una vez en suelo español fue cuando comenzó a ser consciente de todo lo que había vivido. “Ese viaje me hizo nacer de nuevo y ver todo con perspectiva diferente. Me ha hecho más humano y en eso quiero enfocar todas mis fuerzas. Quiero emplearme al 100% en esta causa. He dejado amigos, compañeros y sobre todo me acuerdo mucho de los amiguitos de mi hijo que llamaban a la puerta para que saliera a jugar con ellos. Son niños que tienen una vida entera por vivir y se les está chafando”, explica con lágrimas en los ojos.

“Nadie creía que esto iba a pasar. Y yo no tengo odio. Hay gente muy mala, pero no puedes combatir el odio con más odio. Debe existir humanidad, unión, compromiso por el pueblo y luchar con eso. Esas son las armas que nos hacen más fuertes”, dice. “Después de haber vivido esta experiencia, gran parte de mi va a ir dedicada a la ayuda del refugiado, de cooperación social, porque es una etapa que ha marcado mucho en mí y me va a marcar para el futuro”, concluye un Carlos Molina a quien el infierno vivido con la invasión de Ucrania le ha cambiado completamente la vida.

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