Antonio Cid, el estratega autodidacta que brilló con la boccia
El orensano ha sido uno de los mejores jugadores de la historia de este deporte en España. Campeón del mundo, de Europa y con tres oros, dos platas y un bronce en cuatro Juegos Paralímpicos.
Jesús Ortiz García
@JesusOrtizDXT
3 de agosto de 2020, 12:00
Con una mano se afianzaba a la silla de ruedas y con la otra mecía y domaba las bolas de cuero azules y rojas para cazar medallas. A Antonio Cid, su precisión, habilidad y estrategia le granjearon un palmarés excelso durante casi dos décadas dedicadas a la boccia, la gran desconocida entre los deportes adaptados, originaria de la Antigua Grecia y rescatada en los años 70 por los países nórdicos. Con tenacidad, voluntad de hierro y constancia en todo lo que se proponía, el gallego edificó una reluciente carrera, convirtiéndose en el español más laureado, siendo campeón del mundo y de Europa y ganador de seis metales en los Juegos Paralímpicos de Barcelona, Atlanta, Sídney y Atenas.
La boccia le brindó mucha autonomía, además de la posibilidad de viajar por el mundo, conocer gente y sentirse realizado. Hace 66 años, la falta de oxígeno debido a problemas en el parto le causó una parálisis cerebral severa que le afectó en un 97% físicamente y dificultades para expresarse oralmente. “Hay una parte positiva, en esos tiempos te trataban como a uno más, no te miraban diferente y formabas parte de todo”, confiesa Antonio, cuya infancia y adolescencia se desarrollaron en la pequeña aldea de A Graña, en el municipio de Xunqueira de Espadanedo (Ourense) junto a sus padres, Amable y Paquita, y sus cuatro hermanos.
“Siempre que podía participaba en juegos populares con el resto de niños. Las partidas de cartas, damas y parchís, así como la radio para escuchar las telenovelas y para seguir los deportes formaron una parte importante de mi entretenimiento”, rememora. En un entorno rural sin comunicaciones y con barreras de movilidad, las dificultades para desarrollarse socialmente aumentaron. “En esa época no existía integración de los discapacitados en la sociedad y menos en el colegio donde no podían acudir como los otros niños. Al no haber nuevas tecnologías estaba aislado de todo”, lamenta.
Pero su curiosidad, la afición por la geografía e historia y una privilegiada memoria siempre le llevó a aprender, a ser un autodidacta. “Sus conocimientos los iba aprendiendo en el ámbito familiar. Fue ya de mayorcito cuando una profesora después de dar sus clases en el colegio acudía al domicilio a dar clases a Antonio. Y, finalmente, gracias a un ordenador conectado a un teléfono con la central de Aspace recibía sus tareas. Al principio resultaba muy difícil porque no tenía base alguna debido a que no había ido nunca al colegio. Tuvo que ser, en muchos casos, su propio profesor”, apunta su hermana, Chus Cid.
Inicios en el pasillo de casa
La Asociación Auxilia le abrió las puertas hacia la boccia, aunque al principio no podía acudir a Ourense a entrenar con su silla eléctrica por la falta de transporte adaptado. Entre el pasillo de su casa y el gimnasio del colegio de su pueblo se fue fraguando la leyenda de un hombre tenaz que se sobrepuso a todas las trabas. “Las pelotas eran muy caras, unas 30.000 pesetas, porque se fabricaban en Dinamarca. Mi hermana Mila, que vivía en Holanda, me compró un juego de bolas a través de un compañero de trabajo danés y así pude empezar a practicar. Iba varias horas todos los días y ese esfuerzo, que era grande ya que tenía que entrenar solo, mereció mucho la pena”, asegura.
En su camino se cruzó Recaredo Paz, un luchador en favor de la integración de las personas con discapacidad y el artífice que hizo germinar la boccia en España. Su debut llegó en 1988 en los Juegos Ibéricos y al año siguiente comenzó a ganar sus primeras medallas en campeonatos nacionales e internacionales, como el bronce en los Juegos Robin Hood de Nottingham (Gran Bretaña) o la plata por equipos en el Mundial de Assen (Holanda). “Lo que más me apasionaba de este deporte era poder controlar y conjuntar la concentración, la visión del juego, la técnica, la fuerza y la táctica, además de tener una mayor vida social”, sostiene Antonio.
Apenas llevaba cuatro años lanzando bolas cuando alcanzó su cénit en los Juegos Paralímpicos de Barcelona’92. Competitivo y hambriento de triunfos, el gallego ganó notoriedad tras conquistar dos medallas de oro en la Ciudad Condal. “Fue una emoción indescriptible cuando desfilas por primera vez en una ceremonia paralímpica y en tu país, donde todo el estadio vibraba al salir la selección española. El encendido de la antorcha fue apasionante, en la villa olímpica estaba todo muy bien organizado, no nos faltaba de nada. Fue muy emocionante, la gente se volcó mucho con nosotros, querían hacerse fotos conmigo y que les firmase autógrafos. Además, tuve la suerte de que mis padres y familiares pudieron estar ahí animándome y disfrutando conmigo esta experiencia inolvidable”, declara.
En la competición vertió su talento y tesón para subir al primer cajón del podio dos veces tras disputar dos finales seguidas. Diez minutos después de vencer por 5-1 al estadounidense James Thompson en BC1 (parálisis cerebral con complicaciones severas), se unió a sus compañeros Manuel Fernández, Daniel Outeiro y Juan Tellechea para derrotar por un ajustado 4-3 a Dinamarca en BC1-BC2. “Mi cuñado José, cuando metí el punto que me daba la medalla de oro en individual, salió al campo de juego con la bandera española gritando emocionado y los de seguridad lo tuvieron que sacar pues oficialmente no había terminado el partido y nos podían descalificar. También él me regaló dos monedas de plata de los Juegos y me dijo que se las tenía que cambiar por las de oro de verdad, al final fue como una premonición”, recuerda Antonio, que recorrió Barcelona con las dos medallas al cuello y lo festejó en un tablao flamenco.
Oro por equipos en Atlanta’96
El orensano continuó engordando sus vitrinas en las temporadas posteriores, con una plata y un oro en el Europeo de Bélgica de 1993, así como un oro por equipos en el Mundial de Sheffield en 1994. Su idilio con el podio se mantuvo también en los Juegos de Atlanta’96, donde volvió a llevarse la presea dorada por equipos, esta vez junto a Jesús Fraile, Miguel Gómez y María Hilda Rodríguez. “Lo mejor, aparte del resultado, fue el viajar por primera vez al continente americano, y lo peor fue el transporte desde la villa hasta las instalaciones deportivas porque se equivocaban continuamente de camino. En la final nos salió un partido redondo, de los que marcan época, por eso el resultado tan amplio (12-1 a Portugal), pero sufrimos bastante para superar a Noruega (7-6) en las semifinales”, explica.
Sin ayudas e ingeniándoselas para entrenar en solitario en el colegio de Xunqueira de Espadanedo cuando no podía hacerlo con su equipo en Ourense, Antonio se mantenía en la cresta de la élite. En el Europeo de Vitoria (1997) sacó una plata y un oro, en el Mundial de Nueva York (1998) un oro por equipos, la misma cosecha que obtuvo al año siguiente en la Copa del Mundo de Mar de Plata, una prueba que recuerda “con mucho cariño, allí nos reencontramos con toda la familia argentina de mi padre y vinieron a apoyarme, fue muy especial. La final fue un partido vibrante contra Argentina en el que mi competidor jugaba con el pie. Estuvo muy reñido y fue bonito”.
Un año después ganó dos platas en Sídney 2000. “Fueron dos partidos muy emocionantes hasta el último minuto, aunque te queda un sabor amargo por tener a mano esas dos medallas de oro y no poder conseguirlas”, subraya. Sus últimos Juegos Paralímpicos fueron en Atenas 2004, donde el tenaz Antonio contribuyó al bronce por equipos: “Aunque iba con una buena preparación y tenía posibilidades de medalla individual, estuvieron marcados por mis problemas físicos y no pude competir al cien por cien, tuve que ingresar en el hospital por problemas estomacales y ni siquiera pude recoger el premio”. En 2007 en el Campeonato de España en Pinto cerró una gloriosa trayectoria con más de un centenar de metales.
“Me quedo con la superación personal, el esfuerzo y el gran trabajo que hacen los voluntarios que colaboran, el romper barreras y los amigos que haces. La boccia es un deporte de integración, apasionante desde el primer al último minuto de un partido. Te ayuda a relacionarte y te hace estar despierto tanto física como psicológicamente. Me hubiera gustado mucho poder compartir mi experiencia deportiva dando clases a otros chicos, pero el hándicap del transporte me ha cerrado muchas puertas, lo reclamé, pero la Xunta de Galicia me lo ha denegado”, lamenta Antonio Cid, un deportista que sorteó obstáculos en su vida y en sus ambiciosas metas. Una alegría por vivir cultivada en la pequeña aldea de A Graña, donde cada tarde cogía las bolas que lanzaba para que recorrieran el camino de sus sueños, camino que se asfaltó para él gracias a la boccia.